Nicolás Copérnico fue el primero en exponer una teoría heliocéntrica completa según la cual la Tierra no era el centro del universo. Su libro «De revolutionibus orbium coelestium» (Sobre las revoluciones de los orbes celestes) se publicó en 1543, el mismo año en que murió, y en éste presentaba la teoría de que la Tierra giraba alrededor del Sol.

Aunque Copérnico era un matemático, físico y erudito de los clásicos nacido en Polonia, sólo se dedicaba a la astronomía en sus ratos libres, pero fue precisamente en este campo donde transformó el mundo. Su teoría heliocéntrica descansaba sobre una serie de supuestos, como que el centro de la Tierra no es el centro del universo, que la distancia de la Tierra al Sol es minúscula comparada con la distancia a las estrellas, que la rotación de la Tierra explica el movimiento diario aparente de las estrellas y que el movimiento de traslación de la Tierra es la causa del movimiento retrógrado aparente de los planetas (según el que, en determinados momentos, parecen detenerse e invertir su trayectoria cuando se observan desde la Tierra).

Pese a que las órbitas y epiciclos circulares que Copérnico proponía para los planetas no eran correctos, su obra llevó a otros astrónomos, como Johannes Kepler, a investigar las órbitas planetarias y, luego, a descubrir su naturaleza elíptica.

El erudito alemán Wolfgang Goethe escribió en 1908 que «de todos los descubrimientos y teorías, tal vez ningún otro haya tenido mayores consecuencias sobre el espíritu humano que la doctrina de Copérnico. Apenas acababa de conocerse que la Tierra era redonda y completa cuando se le pidió al hobre que renunciara al inmenso privilegio de no ser el centro del universo. Nunca, quizá, se formuló una exigencia mayor a la humanidad, pues al reconocer el hecho hubo muchas cosas que se desvanecieron en la bruma y el humo.»

Curiosamente, la Iglesia Católica no proclamó que la teoría heliocéntrica de Copérnico era falsa y «absolutamente contraria a las Sagradas Escrituras» hasta mucho tiempo después, en 1616.

Fuente: El libro de la Física – Clifford A. Pickover

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