Fue el eclipse más importante de la historia de la ciencia. Más de seis minutos de oscuridad que aportaron la primera demostración empírica de la teoría de la relatividad y que convirtieron a Albert Einstein en una celebridad. Pero el gran protagonista del eclipse del 29 de mayo de 1919 no fue Einstein sino el astrónomo británico Arthur Eddington, un pacifista que se había negado a ir a la guerra, que no veía al científico alemán como un rival y que tuvo que sobreponerse al mal tiempo, a los mosquitos y hasta a los monos que le robaban el equipamiento de su telescopio para obtener las imágenes que cambiarían la historia de la ciencia.

Einstein era hasta entonces un físico reconocido dentro de la comunidad científica y desconocido fuera de ella. Había llegado a la desconcertante conclusión de que la gravedad no es una fuerza que actúa a distancia entre objetos, como sostenía la Ley de Gravitación Universal de Newton, sino un efecto de la curvatura del espacio-tiempo. Si el concepto de curvatura del espacio tiempo les resulta extraño ahora, después de que científicos como Stephen Hawking y películas como Interstellar hayan hecho lo posible por familiarizarnos con él, imaginen lo raro que debió parecer en 1915, cuando Einstein publicó su Teoría de la Relatividad General. Según la teoría de Einstein, la masa de los objetos hace que el espacio-tiempo se curve y, cuanto mayor sea la masa, mayor será la curvatura. Aunque matemáticamente la teoría era impecable, desafiaba al sentido común. Y le faltaba lo más importante que necesita una teoría para ser aceptada: pruebas experimentales.

El propio Einstein había aportado la primera de estas pruebas al calcular que las anomalías de la órbita de Mercurio, que las ecuaciones de Newton no podían explicar, encajan perfectamente con las ecuaciones de la teoría de la relatividad. Sin embargo, este era un razonamiento a posteriori, insuficiente para convencer a los escépticos de que la teoría de la relatividad era correcta. Faltaba una predicción que se pudiera poner a prueba.

Aquí es donde entra en escena Arthur Eddington, astrónomo de la Universidad de Cambridge quien razonó, al igual que otros científicos de la época, que si la gravedad curva el espacio-tiempo, entonces desviará la trayectoria de la luz. Es decir, si la luz pasa por esta curvatura, quedará desviada, aunque no tenga masa. Nada mejor que un eclipse solar para poner a prueba esta predicción. La luz de las estrellas que se encuentran justo detrás del Sol se desviará por la masa solar, que curva el espacio-tiempo, de manera que las estrellas no se verán en el mismo sitio que si su luz viajara en línea recta.

Albert Einstein, en 1921

Einstein había publicado su teoría durante la Primera Guerra Mundial. En un momento en que todo lo alemán estaba demonizado en el Reino Unido, Eddington tuvo el valor de defender el trabajo de un físico alemán que, además, ponía en entredicho al inglés Newton. En lugar de ser encarcelado como otros que se negaron a ir a la guerra, Eddington pudo seguir trabajando porque la Universidad de Cambridge argumentó en 1916 que sus investigaciones eran de interés nacional.

Dos años más tarde, cuando el Ministerio de Servicio Nacional le reclamó de nuevo, y cuando parecía que ya nada podía salvarle de la cárcel, intercedió por él Frank Dyson, el Astrónomo Real, que era escéptico respecto a las ideas de Einstein, pero argumentó que Eddington era imprescindible para la expedición británica que debía observar el eclipse solar del 29 de mayo de 1919.

Comprobar si la predicción de la teoría de la relatividad se cumplía suponía todo un reto logístico, ya que el eclipse total sólo sería visible desde latitudes ecuatoriales en una estrecha franja que recorrería Àfrica, el Atlántico y Sudamérica. Suponía, además, un reto técnico ya que las ecuaciones de Einstein predecían que la luz de las estrellas debían desplazarse sólo 1,75 segundos de arco –o una milésima parte del diámetro de la luna llena– por la masa del Sol.

Conscientes de la dificultad de la empresa, Dyson y Eddington decidieron organizar dos expediciones en lugar de una para tener más posibilidades de éxito. Una iría a la isla de Príncipe, en el golfo de Guinea, y la otra a Sobral, en Brasil. Cuando Eddington y su colega Edwin Cottingham llegaron a Príncipe, se encontraron con condiciones mucho peores de lo que esperaban. El tiempo era espantoso y tuvieron que trabajar bajo mosquiteras y ahuyentar a monos. El día del eclipse amaneció con tormenta. Durante los aproximadamente seis minutos en que el sol quedó totalmente oculto, Eddington y Cottingham consiguieron hacer dieciséis fotos mientras algunas nubes seguían cruzando el cielo. Pero, cuando las revelaron, se encontraron con que solo dos de las dieciséis eran aprovechables.

En Sobral las cosas no fueron mucho mejor. Allí el problema no fue la lluvia sino el calor. La expedición científica consiguió hacer 19 fotos con un telescopio que habían llevado, pero todas salieron borrosas, posiblemente porque el calor deformó la lente principal del aparato. Afortunadamente, llevaban otro pequeño telescopio con el que obtuvieron ocho buenas imágenes.

Ambos equipos se reunieron en agosto para poner en común sus observaciones. En las dos fotos de Príncipe, las estrellas del cúmulo de las Híades, en la constelación de Tauro, parecían estar desplazadas 1,61 segundos de arco. En las fotos de Sobral, se calculó que estaban desplazadas 1,98 segundos de arco. Si se hacía una estimación media entre las dos observaciones, el desplazamiento era de 1,8 segundos de arco, un valor casi igual al predicho a partir de la teoría de la relatividad.

Eddington y su equipo presentaron sus resultados en una reunión científica celebrada el 6 de noviembre en Londres en una sala abarrotada. La audiencia quedó impresionada. “Este es el resultado más importante en relación con la teoría de la gravitación desde los días de Newton”, proclamó J. J. Thomson, descubridor del electrón y premio Nobel de física.

Al día siguiente, el Times de Londres tituló: “Revolución en la ciencia: nueva teoría del Universo: las ideas de Newton derrocadas”. En Estados Unidos, el New York Times anunció: “Luces curvadas en el cielo: triunfa la teoría de Einstein”.

Para Einstein ya nada sería igual. El eclipse le convirtió en un icono de la ciencia. “Eddington fue el aliado más esencial de Einstein”, escribe Matthew Stanley, profesor de historia de la ciencia de la Universidad de Nueva York, “Su colaboración fue determinante no sólo para el nacimiento de la física moderna, sino para la supervivencia de la ciencia como una comunidad internacional”.

Fuente: lavanguardia.es

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