El 7 de octubre de 2008 un asteroide de unos cuatro metros de diámetro entró en la atmósfera terrestre. Segundos después explotó a 37 kilómetros sobre nuestras cabezas y se desintegró en más de 600 meteoritos que cayeron en el desierto de Nubia, en Sudán. Se pudieron recuperar muchos restos del meteorito bautizado como Almahata Sitta (o «Estación Seis», por la parada de tren cercana a donde aparecieron) debido a que los astrónomos fueron capaces, por primera vez en la historia, de detectar con antelación la trayectoria de un asteroide con un trayecto directo hacia la Tierra. Desde entonces se ha especulado con su procedencia y hoy, más de una década después, los científicos creen haber encontrado la respuesta: de un enorme y extraño asteroide no identificado que podría contener los secretos del origen del Sistema Solar.

Un equipo de científicos liderado por el Southwest Research Institute (SwRI), en Estados Unidos, ha sido el encargado de analizar un pequeño fragmento de los recuperados hace doce años. Después de estudiar su composición, los investigadores han determinado que el meteorito Almahata Sitta procedía de un asteroide desconocido aproximadamente del tamaño de Ceres, el objeto más grande en el cinturón de asteroides considerado un planeta enano. Además, según detallan en su estudio, publicado en Nature Astronomy, este asteroide tenía mucha agua y se formó a temperaturas y presiones intermedias en los primeros momentos del recién nacido Sistema Solar.

«Los meteoritos de condrita carbonácea registran la actividad geológica durante las primeras etapas del Sistema Solar y proporcionan información sobre las historias de los cuerpos de sus «padres»», explica en un comunicado Vicky Hamilton, científica del personal de SwRI, y primera autora del estudio. «Algunos tienen abundantes minerales que proporcionan pruebas de su exposición al agua a bajas temperaturas y presiones; pero nunca ha habido evidencias de meteoritos formados en presencia de agua en condiciones intermedias hasta ahora».

Asteroides o cápsulas del tiempo espaciales

Los asteroides son testigos de excepción de la formación de nuestro Sistema Solar hace 4.600 millones de años. Algo así como «cápsulas del tiempo» de los primeros momentos de nuestro vecindario cósmico para los que muchas veces se paró el tiempo. La mayoría reside en el cinturón de asteroides entre las órbitas de Marte y Júpiter, pero los choques y otros fenómenos muchas veces los rompoen en pedazos y los lanzan hacia dentro del Sistema Solar. Es el caso de Almahata Sitta.

«Se nos asignó una muestra de 50 miligramos de Almahata Sitta para que la pudiéramos estudiar», afirma Hamilton. «Montamos y pulimos el diminuto fragmento y usamos un microscopio infrarrojo para examinar su composición. El análisis espectral identificó una variedad de minerales hidratados, en particular anfíbol, que apunta a temperaturas y presiones intermedias y un período prolongado de alteración acuosa en un asteroide padre que mediría entre 600 y y 1.700 kilómetros de diámetro». El planeta enano Ceres mide aproximadamente algo más de 900 kilómetros, por lo que sería un cuerpo dentro de este rango.

Los anfíboles son raros de hallar en los meteoritos condrita carbonácea. De hecho, solo se han identificado como apenas restos en otro meteorito, el de Allende, que se precipitó sobre la ciudad mexicana que le da nombre el 8 de febrero de 1969. «Almahata Sitta ha sido un golpe de suerte, ya que nos revela nueva información sobre los primeros materiales del Sistema Solar que no se puede ver en ninguna colección de meteoritos de condrita carbonácea», asegura Hamilton.

Los científicos de SwRI estudiaron la composición de un pequeño fragmento de un meteoroide para determinar que probablemente se originó a partir de un asteroide padre previamente desconocido. Esta micrografía de color falso de la muestra de meteoroide muestra los cristales anfíbol inesperados identificados en naranja.
Los científicos de SwRI estudiaron la composición de un pequeño fragmento de un meteoroide para determinar que probablemente se originó a partir de un asteroide padre previamente desconocido. Esta micrografía de color falso de la muestra de meteoroide muestra los cristales anfíbol inesperados identificados en naranja. – NASA / USRA / Instituto Lunar y Planetario

Comparando con Ryugu y Bennu

Los resultados podrán compararse con las muestras que se obtengan de las misiones Hayabusa 2 (que recolectó rocas del asteroide Ryugu que ya se encuentran en la Tierra) y OSIRIS-REx (que recolectó restos del asteroide Bennu, aunque su vuelta a nuestro planeta se espera para septiembre de 2023), ya que los cuerpos de los que han tomado muestras podrían compartir esta rara composición más acuosa y formación a temperaturas medias.

«Si las composiciones de las muestras de Hayabusa 2 y OSIRIS-REx difieren de las que tenemos en nuestras colecciones de meteoritos, podría significar que sus propiedades físicas hacen que no sobrevivan a los procesos de expulsión, tránsito y entrada a través de la atmósfera terrestre, al menos en su contexto geológico original», explica Hamilton, quien también forma parte del equipo científico de OSIRIS-REx.

Es decir, que si la composición entre las muestras de Ryugu y Bennu (más este nuevo análisis de Almahata Sitta) difiere de los meteoritos de condrita carbonosa que tenemos en la Tierra, quizá puede señalar que este tipo de asteroides no suelen sobrevivir a su salida del cinturón o que el propio camino hacia nuestro planeta les modifica su composición, eliminando todo rastro de este mineral. «Aun con todo, creemos que hay más materiales de condrita carbonosa en el Sistema Solar de los que tenemos en nuestras colecciones de meteoritos», señalan los investigadores.

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