Por Carlos Otto*

La ciencia es sencillamente espectacular. No sólo es la única herramienta objetiva para intentar explicar esta compleja realidad que habitamos, sino que guarda un montón de otros beneficios para los curiosos que la adoptan como disciplina.

Así como la música, cine, escultura o cualquier otro arte, la ciencia tiene sus propias obras magnas que pueden causar sensaciones comparables al contemple de “El Pensador” de Rodin, ver por primera vez el final de “El Padrino” o escuchar el Master of Puppets de Metallica de principio a fin.

Será materia de las siguientes columnas contarles lo pasmado, maravillado y hasta humillado que me ha dejado la ciencia en los años en que la he estudiado. Pero para esta primera columna, mi intención es otra. Quiero contarle, estimado lector, que la ciencia puede ser una gran ayuda para andar más feliz por la vida. Así, tal cual.

Al estar expuestos a los problemas mundanos del ciudadano común, muchas veces nos privamos del tiempo necesario para preguntarnos qué tan bien estamos y qué tan bien quisiéramos estar. El estrés, las preocupaciones económicas, la falta de tiempo (uf…), entre muchos otros problemas, nos mantienen lejos de descubrir conocimientos nuevos. No es tan fácil ser feliz en el siglo XXI. Demasiado estímulo inútil.

La buena noticia es que un pequeño interés en la ciencia lo situará inmediatamente en una nueva perspectiva de la realidad conocida (y no tan conocida), donde los problemas mundanos, increíblemente, pierden importancia. La física, biología, química y todos sus derivados abren una «puerta de escape» a la cotidianeidad, a esa conciencia acostumbrada al día a día en que las cosas más insignificantes nos pueden provocar grandes desagrados. Cuando comprendemos que nosotros, nuestra familia, amigos y esa mujer que nos rompió el corazón, habitamos una roca flotante en el espacio, muchas cosas pierden sentido. Y ahí es cuando perder el sentido, es bueno para la salud.

La ciencia hace esto todo el tiempo: recordarnos que somos una configuración impermanente de átomos y sentimientos bastante insignificantes a escala universal. En otras palabras, le baja el ego a la humanidad, cosa muy sana por lo demás, ya que el ego es el punto de origen de muchos de nuestros problemas.

¿No seríamos menos atropelladores si supiéramos que una sinapsis bien coordinada puede llevarnos a estados de agradable paz? ¿No habría menos racismo si comprendiéramos los misterios de la genética o el origen del hombre? ¿No sería más fácil cuidarse de accidentes si conociéramos las leyes de la física clásica de Newton? ¿O no pelearíamos menos con nuestra pareja, si noche por medio observáramos por un telescopio el espacio y las estrellas?

Por todo lo anterior, recomiendo fehacientemente que se acerque a la ciencia, sea cual sea la de su agrado. Hay un gran variopinto para elegir y de seguro encontrará una que lo fascine y motive. Lo mejor de todo es que está ahí, al alcance de cualquiera. Y no se compra en la farmacia.

*Carlos Otto – Ingeniero Eléctrico USACH, Intérprete aficionado de Ukelele, Profesor de Física, Guitarrista Rítmico en FHT y Astrónomo frustrado.

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