Nacieron en las mentes de grandes pensadores y viven en la literatura científica y filosófica. Han ayudado a hacer realidad lo que solía ser fantasía y siguen motivando la búsqueda de lo que hasta ahora no se ha podido hallar. Algunos hasta se han colado en la vida cotidiana y no dan señales de quererse ir. Se trata de los demonios de la ciencia, criaturas que ocupan el espacio de leyes, teorías o conceptos que aún no hemos logrado comprender.

Son un tipo muy particular de experimento mental y «parte del lenguaje científico», explica la física mexicana-estadounidense Jimena Canales, autora de «Endemoniados: una historia sombría de los demonios en la ciencia». «Yo soy historiadora de la ciencia y me encantó ver cómo los científicos usaban esa palabra, porque es paradójica, pues generalmente pensamos que son seculares y nada supersticiosos».

Sin embargo, estos demonios son más parecidos a los demon o daimón de la Antigua Grecia que a esos entes malévolos que se nos vienen a la mente cuando escuchamos esa palabra. Como le explica al joven filósofo Sócrates la sacerdotisa Diotima en «El banquete» de Platón, habitan ese lugar intermedio entre los dioses y los hombres, y entre la sabiduría y la ignorancia. «En la ciencia son útiles porque saben cómo burlar las leyes de la naturaleza y cómo lograr cosas que nosotros no podemos hacer», señala Canales.

«Generalmente son parecidos a nosotros, pero con características exageradas: son un poco más hábiles o más grandes, o más pequeños o más rápidos o más sabios. No son necesariamente malvados, pero pueden desequilibrar el poder; pueden ser útiles, aunque a veces también traviesos. Por eso son ideales para la ciencia y la tecnología pues se trata de desarrollar, ir más allá».

Y precisamente esos demonios la motivaron a «ir más allá»: le mostraron que, al contar la historia de la ciencia, nunca no se debe dejar de lado el mundo de la imaginación.

Detalle de "La muerte de Sócrates" de Jacques-Louis David
Según Platón, Sócrates contaba que tenía un daimonion (un «algo divino») que le advertía cuando iba a cometer un error, pero nunca le decía qué hacer.

«Me di cuenta de que puedes contar la historia del desarrollo de la ciencia y la tecnología en los últimos 400 años a través de la búsqueda de estas criaturas, porque hacen cosas que nos fascinan, y otras que nos preocupan». Pero, ¿de qué demonios está hablando?

El demonio de la realidad virtual

El primero que conjura Canales es el demonio de Descartes y advierte: «No siempre se llamó demonio. Al principio era un genio maligno», algo que ocurre con varias de estas criaturas: son otros científicos los que les dan ese nombre.

En el siglo XVII, el filósofo, matemático y científico francés René Descartes estaba leyendo «El Quijote» -la historia de aquel hidalgo que no sabía distinguir bien la realidad de la fantasía- y se preguntó: ¿qué pasaría si «algún demonio malicioso con el poder y la astucia más extremos haya empleado todas sus energías para engañarme«. Su demonio tenía la capacidad de crear un mundo artificial completamente ilusorio, pero absolutamente convincente.

La idea de que todo lo que pensaba que era real no lo fuera era aterradora, y no ha dejado de serlo. «Descartes empezó a pensar en cuáles eran las pocas cosas que ese demonio no podía tocar», cuenta Canales. «Cosas como que 2+3=5 o que un círculo es una circunferencia dibujada alrededor de cierto punto, o que un triángulo está formado por tres longitudes en tres ángulos.

«Son cosas muy simples, pero que se convirtieron en la base de la ciencia moderna, de la lógica, y se inspiraron en el miedo a ese demonio». Había además otra fuente de certeza que el poderoso genio no podía corroer: por más engañosa que fuera la alucinación, si él seguía siendo quien pensaba, existía. De ahí esa famosa frase que apareció en «Meditationes de prima philosophia» de 1641.

Cognito ergo sum
«Pienso luego existo» o, para ser más exactos, «Pienso, por consiguiente soy».

«Las tecnologías de realidad virtual todavía se desarrollan en referencia al demonio de Descartes», afirma la historiadora de la ciencia. «Queremos imitar la realidad, pero también tenemos miedo de confundirnos. Por otro lado, las noticias falsas nos han mostrado como nos pueden engañar, entonces seguimos desarrollando métodos de pensamiento crítico y de racionalidad pura. Este demonio me encanta porque está en el comienzo de la ciencia moderna y sigue vivo».

El demonio más famoso

El demonio de Maxwell parece menos aterrador. Sin embargo -observa Canales-, «es más peligroso que el de Descartes, ya que puede actuar directamente sobre el mundo natural y no tiene necesidad de engañar a nadie».

Maxwell

Y, a pesar de ser de tamaño atómico, su huella es enorme. «La mayoría de los aparatos electrónicos que nos rodean usan la ciencia del demonio de Maxwell, y los científicos y laboratorios de todo el mundo siguen investigando y tratando de construir mejores versiones de él», destaca Canales.

Ideado por el físico escocés James Clerk Maxwell, fue -y sigue siendo- muy importante para la física. «Las leyes estadísticas permiten excepciones, así que para darle sentido a la naturaleza estadística de las leyes de la termodinámica, se invocó un demonio», explica Canales.

Maxwell lo describió inicialmente como «un ser muy observador y de dedos pulcros«. Más tarde, cuando ya el matemático William Thomson le había dado el nombre con el que se le conoce, escribió que eran «seres muy pequeños pero vivaces, incapaces de trabajar, pero capaces de abrir y cerrar válvulas que se mueven sin fricción ni inercia«.

El demonio de Maxwell

Al hacerlo, el diminuto demonio separa las moléculas más calientes y rápidas de las más frías y lentas… violando nada menos que la segunda ley de la termodinámica. Para algunos, la idea planteaba la posibilidad de crear una máquina de movimiento perpetuo o incluso de invertir el sentido del tiempo. En la práctica, la investigación de Maxwell condujo a mejoras en la eficiencia de motores y refrigeradores.

Además, su demonio demostró que, no importa cuán bajas sean las probabilidades de que algo ocurra, siempre hay sorpresas, pues de vez en cuando suceden los eventos más raros.

El demonio del saber infinito

En 1773, el matemático francés Pierre-Simon Laplace, «quien trabajó durante la Revolución francesa desarrollado la ciencia estadística», creó su propio demonio. Imaginó una entidad misteriosa «que supiera dónde están todos los átomos del Universo y cuáles son las leyes del movimiento», cuenta Canales. «Esta inteligencia podría saber cuál es el futuro y cuál es el pasado. Podría saberlo todo».

Para Laplace, el Universo era estable y predecible así que, si se contaba con todos los datos necesarios, el análisis matemático podía ayudarnos a comprenderlo. Esa fe en el determinismo científico ayudó a inspirar la creación de máquinas que podían realizar el tipo de cálculos que atribuía a su demonio.

Charles Babbage citó a Laplace cuando hizo una de las primeras computadoras. Y, en 1842, la matemática británica Ada Lovelace, quien trabajó con Babbage y conocía el trabajo de Laplace, fue posiblemente la primera en especular sobre si los programas informáticos podían considerarse seres pensantes, un debate que continúa 180 años después.

Pero, ¿por qué este caso sería de un demonio?

Demonio
El demonio de Laplace puede rastrear cada partícula existente, así que acaba con el azar, el caos y la incertidumbre.

«El término ‘demonio de Laplace’ se aplicó en la década de 1920 porque, como los otros demonios, era una idea que obsesionaba a los científicos. «Y cuando empezó la mecánica cuántica, se puso en duda el determinismo perfecto. Unos científicos declararon: ‘No existe en realidad, es un demonio’.

«Es una figura a la cual perseguimos y hemos tratado de construir, armando computadoras cada vez más potentes, pero nunca vamos a lograr ese sueño de saberlo todo y poder predecir el futuro perfectamente determinado por las condiciones iniciales». No obstante, seguimos intentándolo.

El triunvirato en tu computador

«Tu computadora, por ejemplo, en cierto sentido se desarrolló motivada por búsqueda de esos tres demonios», dice Canales, y explica:

  • El demonio de Laplace, en términos de que es una máquina para acumular y procesar datos
  • El demonio de Descartes, porque también es una máquina de entretenimiento y de realidad virtual
  • Y sus microprocesadores te permiten hacer el trabajo más eficientemente, como el demonio de Maxwell

«Estos demonios son importantes porque siguen vivos, y han tenido una vida tan larga porque nos motivan: la búsqueda continúa. «En la ciencia -explica Canales- es muy, muy, muy difícil comprobar que algo no existe, pues en un futuro puede aparecer».

Y eso implica que cualquier teoría es frágil, como lo demostró el célebre caso de los cisnes negros, que hasta finales del siglo XVII servían como expresión para denotar algo imposible pues se creía que no existían, ya que los científicos europeos nunca habían visto uno.

«Hemos podido comprobar que, por ejemplo, el abominable hombre de las nieves no existe. Pero hay estas espinitas que todavía no se comprueban como inexistentes y son tan fascinantes por sus habilidades -el demonio de Maxwell puede crear ganancias sin pérdidas- que las seguimos buscando, sobre todo porque en ciertos casos se encuentran, y hay muchas cosas que nos muestran que estamos a punto de hacerlo».

«Lo que es clave sobre los demonios de la ciencia es cómo se vuelven reales, es decir, cómo nuestra imaginación impulsa el descubrimiento y cómo podemos usarla para cambiar el mundo», finaliza Canales.

Fuente: BBC Mundo

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