Actualmente los virus están siendo muy protagónicos, especialmente por el brote del coronavirus de Wuhan, China. A continuación, te revelamos algunos datos fundamentales para comprender realmente qué son los virus.

No son seres vivos:  los virus son sistemas biológicos que se caracterizan por su minúsculo tamaño. Miden entre 10 y 300 nanómetros, (un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro) y son tan pequeños que no llevan consigo la maquinaria necesaria para obtener energía, al igual que el resto de los seres vivos. Por ello, siempre «toman prestada» la maquinaria de otras células para que estas hagan el trabajo por ellos. A eso se debe que actualmente se considera que los virus no son seres vivos. Se trata de microorganismos que tienen capacidad de adaptación, evolución y transmisión de su información genética, pero que carecen de metabolismo y por ello se considera que no están vivos.

Inyectan «genes» en sus víctimas: un virus es un agente ultramicroscópico compuesto por una cápsida (cascarón) de proteínas que protegen un genoma, es decir, un conjunto de moléculas de ácidos nucleicos (ADN o ARN). El cascarón protege el interior del virus y permite que el virus reconozca y se ancle a la célula a la que infectará. Una vez que se une a la célula que será su víctima, inyecta las instrucciones necesarias para que la célula fabrique nuevos virus. Algunos virus tienen, además, una envuelta de lípidos y proteínas extra.

Están obligados a aprovecharse de las células más grandes:  los virus no son células y carecen de maquinaria para obtener energía, alimentarse y crecer. Por eso son parásitos intracelulares obligados, o sea, «están obligados a ser dañinos». Se meten en las células, se dice que las infectan, y las convierten en productores de virus (entonces se dice que la célula es un hospedador). El resto del tiempo, cuando no están dentro de las células, se comportan como macromoléculas inertes, una especie de vehículo de genes que no interacciona con el medio. Su forma de crecer y multiplicarse es darle instrucciones a las células (inyectándoles ciertas proteínas y genes) para que estas fabriquen nuevos virus. Y en el camino, las células sufren daños que pueden llevar incluso a su muerte (necrosis, lisis) o a su suicidio (apoptosis). Los virus tienen dos modos de producir nuevos virus aprovechándose de las células. El ciclo lítico, en el que las células explotan (lisan) y expulsan millones de nuevos virus y el ciclo lisogénico, en el que el virus inyecta en la célula parte de su genoma (se dice que está en estado de profago) y permanece en estado latente o produciendo virus de forma continua.

Así, algunos virus optan por infectar las células rápidamente y destruirlas después (polio, catarro común), otros establecen infecciones persistentes (hepatitis C) que pueden ser fatales para el huésped y otros establecen infecciones latentes durante años (herpes tipo 1), que dan la cara en ciertos momentos. Además, hay casos en los que los virus son capaces de llevar a las células al suicidio (apoptosis) para camuflarse ante la respuesta del sistema inmune, algo así como un virus espía que asesina a su víctima de forma sutil para pasar desapercibido.

Varían mucho y por eso es difícil atacarlos: Los virus son capaces de «atacar», o sea infectar, a cualquier organismo de los tres grupos principales de los seres vivos Archaea (arqueas), Eubacteria (bacterias) y Eucaria (protozoos, animales, hongos, plantas, etc). En muchos casos, cada organismo tiene un virus especializado en atacarle. Su fuerza está precisamente en su pequeño tamaño. Su sencillez, su grandísimo número y sus brevísimos ciclos de vida les permiten mantener tasas de mutación 1.000 o 10.000 veces superiores a las de otros organismos más complejos. Cuando toda la vida de un hombre puede durar 80 años y la evolución se toma todo ese tiempo para actuar, el virus completa su ciclo en cuestión de minutos. Tal es así que cada organismo, o incluso cada tejido o cada célula, puede tener su colección de virus con características particulares. Además, hay virus especialmente variables que pasan desapercibidos ante las defensas del organismo. Así ocurre con la gripe y su batería de camuflajes, del H1N1 al H5N1, pero hay también ejemplos de virus muy variables (hepatitis C, VIH) en los que se habla de cuasiespecies.

Por si no fueran maestros del disfraz, o del cambio, el hecho de que vivan dentro de las células no favorece que se puedan crear medicamentos que destruyan al virus invasor, pero que no dañen al ser vivo infectado.

Para investigarlos hay que multiplicarlos en el laboratorio: a la hora de investigar con virus es importante aislarlos de los afectados y, sobre todo, multiplicarlos en grandes cantidades y purificarlos para poder hacer pruebas con ellos. Una vez multiplicado el virus, (no siempre es posible), se analizan sus diferentes componentes, se observa en el microscopio electrónico y se estudia su ciclo de infección.

Son muy importantes para la evolución de los seres vivos: aparte de ser una pesadilla para la salud, entre las casi 3.000 especies de virus definidas hasta el momento, no se puede generalizar que los virus sean patógenos o perjudiciales. En el mar, se calcula que hay alrededor de 10 millones de virus por mililitro de agua entre las muchas bacterias, y se conocen varios mecanismos por los cuales los virus se comportan como mecanismos transmisores de genes entre microorganismos (transducción) o como factores reguladores de la población. Por si fuera poco, en el genoma humano se han identificado entre 90.000 y 300.000 secuencias derivadas de virus, fundamentalmente de retrovirus, que tienen un importante peso en la configuración del ADN estructural o basura (que constituye el 98,5% del genoma). Para entenderlo de forma rápida, si los genes fueran sílabas, esta parte estructural del ADN es la que permite leer los genes (el 1,5% del genoma) para formar palabras con sentido. Estas secuencias de origen viral son partes constituyentes del genoma y se expresan en todos los tejidos. Por ejemplo, algunas secuencias de origen retroviral son especialmente importantes en la regulación del desarrollo embrionario.

Hay otros más sencillos, los priones y los viriones:  en la naturaleza hay partículas aún más simples con propiedades similares a las de los virus. Por un lado están los viroides, que son moléculas de ARN desnudo y que se copian en las células infectadas. Una vez allí son capaces de producir enfermedades en papas o árboles. Por otro lado, están los priones (partículas proteicas infectivas) que son básicamente proteínas capaces de perpetuarse. Se hicieron muy famosos hace unos años por protagonizar la epidemia de las vacas locas, y provocan otras enfermedades como el síndrome de Creutzfeldt-Jakob y el kuru.

Fuente: ABC.es

 

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