Debió ser lo más parecido a lo que aquí, en la Tierra, llamamos infierno. Imagina un planeta templado, amigable, con una atmósfera rica en oxígeno, un cielo azul, agua en abundancia y, probablemente, vida. Pero de pronto la actividad volcánica se dispara y uno, dos, diez, cien, mil volcanes empiezan a escupir magma sin cesar sobre la superficie. Imagina además que ese vulcanismo desbocado, lejos de disminuir, aumenta con el tiempo, y se prolonga durante miles, quizá cientos de miles de años.

El resultado es un mundo ardiente, cubierto casi por completo de lava, con una temperatura superficial de más de 460 grados… Un mundo muerto, con una atmósfera venenosa dominada por el ácido sulfúrico y el dióxido de carbono y cuya superficie está aplastada por una presión 90 veces mayor que la terrestre… Ese desdichado mundo no está a muchos años luz de distancia, sino literalmente aquí al lado. Estamos hablando de Venus, nuestro planeta vecino.

Todo lo dicho arriba no es ciencia ficción, sino el increíble y preocupante escenario dibujado por un equipo de científicos de la NASA dirigido por Michael J. Way, del Instituto Goddard para Estudios Espaciales de la agencia norteamericana. El trabajo se acaba de publicar en The Planetary Science Journal, y la cuestión es averiguar si aquí, en la Tierra, podría llegar a suceder algo parecido.

La preocupación es más que lógica, ya que Venus y la Tierra tienen mucho en común. De hecho, y a pesar de su infernal aspecto, Venus es, en muchos sentidos, un gemelo de nuestro propio planeta. Ambos, en efecto, tienen prácticamente el mismo tamaño, la misma masa y están compuestos por los mismos materiales. En la década de los 90, la sonda Magallanes, de la NASA, utilizó su radar de apertura sintética para elaborar un detallado mapa tridimensional de la superficie de Venus, oculta a la vista a causa de su densa atmósfera. Y descubrió que más del 80% estaba cubierta por rocas basálticas de origen volcánico, enormes ‘provincias ígneas’ que son el resultado de miles y miles de años de erupciones masivas. Erupciones que, según los científicos, tuvieron lugar en algún momento de los últimos mil millones de años. ¿Pero por qué no sucedió lo mismo aquí?

Estudiando la Tierra para entender Venus

«Si bien aún no estamos seguros de con qué frecuencia ocurrieron los eventos que crearon estos campos basálticos en Venus -explica Way-, deberíamos poder averiguarlo estudiando la propia historia de la Tierra».

Sabemos que la vida en la Tierra ha sufrido al menos cinco grandes eventos de extinción masiva desde el origen de la vida multicelular hace unos 540 millones de años, y que cada uno de esos eventos acabó con más del 50% de la vida animal en todo el planeta. Y sabemos también que la mayor parte de esas extinciones fueron causadas, o acentuadas, precisamente por el tipo de súper erupciones que dan lugar a la formación de grandes provincias ígneas.

Afortunadamente para nosotros, en el caso de la Tierra las alteraciones climáticas provocadas por estos eventos no fueron suficientes para causar un efecto invernadero desbocado como en el caso de Venus. Por ejemplo, muchos atribuyen la extinción masiva de la era del Devónico tardío (hace 370 millones de años) a la erupción de grandes súper volcanes en lo que ahora son Rusia y Siberia, unidas a una erupción supervolcánica separada en Australia. Más recientemente, también la extinción masiva del Triásico-Jurásico (hace 200 millones de años) se atribuye en gran medida a la formación de la mayor de las grandes provincias ígneas de la Tierra, la Provincia Magmática del Atlántico Central. E incluso la muerte de los dinosaurios hace 65 millones de años puede haber sido causada por el doble golpe de un asteroide y el súper vulcanismo en el Deccan, una gran provincia ígnea de la India.

Sin embargo, por razones que aún se desconocen, eventos volcánicos similares en Venus fueron mucho más extensos y dieron lugar a un efecto invernadero descontrolado que transformó por completo el planeta. Por alguna razón, la acción continua del ‘termostato natural’ de la Tierra (el ciclo de silicato de carbono, que intercambia dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero entre el manto y la atmósfera), pudo evitar que nuestra ‘canica azul’ siguiera el mismo camino que Venus. ¿Pero a qué se debe esa diferencia? Tanto Way como otros científicos siguen tratando de encontrar una respuesta.

El estudio actual es un paso más en ese camino, ya que dibuja los rasgos principales de un escenario que pudo llevar a Venus a pasar de ser un planeta amigable al infierno que es en la actualidad. Escenario que, aunque a menor escala, también se dio en la Tierra, aunque con resultados, por suerte, muy diferentes. Pero hacen falta más datos, y los autores esperan que esos datos lleguen de la mano de una auténtica flotilla de naves espaciales que en los próximos años visitarán el malogrado planeta vecino.

De hecho, varias misiones futuras, dos de ellas de la NASA, podrían aportar los datos que faltan. La misión DAVINCI (Deep Atmosphere Venus Investigation of Noble Gases, Chemistry and Imaging) se lanzará a finales de esta década, seguida por VERITAS, (Venus Emissivity, Radio Science, InSAR, Topography and Spectroscopy) que partirá a principios de la década de 2030. Europa, por su parte, también tiene prevista para la década de los 30 su misión EnVision, y China ha propuesto una posible misión llamada VOICE, (Venus Vulcano Imaging and Climate Explorer), que, si se lanza, llegaría a Venus en 2027 para estudiar la atmósfera y la geología del planeta.

Fuente: abc.es